Novela: «Yeruldelgger. Tiempos salvajes», de Ian Manook

Noemí Pastor

Tiempos nuevos, tiempos salvajes

En 1975 el prolifiquísimo novelista francés Joseph Kessel publicó una de sus últimas obras y la tituló exactamente como esta, Tiempos salvajes. Estos tiempos salvajes de Kessel eran los comienzos del siglo XX en Siberia. No puedo, pues, dejar de ver aquí un guiño a Kessel de Ian Manook, quien, por no repetir en Siberia, nos lleva a Rusia, a Francia y a Mongolia.

¿Y qué de nuevo nos traen estos nuevos tiempos salvajes de Manook y su personaje Yeruldelgger? Pues se me ocurre presentar esta segunda entrega de la saga como un cóctel delirante compuesto básicamente por un relato policial de aventuras, con militares corruptos, espías, agentes secretos, mafias internacionales, poderosos imperios industriales rusos y estrategia geopolítica de la que cala y deja huella en las vidas de las gentes y en sus pueblos y ciudades.

Este ingrediente básico se adereza con toques a lo Bruce Willis, interminables referencias a series televisivas norteamericanas, su pizca de animismo, budismo y kung-fú y su toque gore con casquería varia; finalmente se salpica con escenas (como la de los lobos o la de las balas sobre la superficie helada del lago) que piden a aullidos una versión cinematográfica, preferiblemente made in Hollywood.

Yeruldelgger: vuelve el hombre

A la mayoría de los personajes de Tiempos salvajes los conocimos y los disfrutamos en la primera entrega de la serie: Yeruldelgger. Muertos en la estepa. El prota, Yerul para los amigos, no es tan omnipresente en esta segunda aventura, pero tampoco consigue que lo olvidemos, porque los secundarios se refieren constantemente a él y siempre en términos elogiosos: Yeruldelgger es un héroe, una leyenda, un investigador genial, el mejor policía de Mongolia, mitad monje, mitad soldado. La vida profesional, y también la amorosa y la familiar, lo han vapuleado tanto, que se nos ha convertido en un tipo desabrido y violento, olvidado ya del misticismo que lo impregnó a su paso por el séptimo monasterio, donde el nergui (no sé quién demonios es este tipo, pero, como el libro todo el mundo lo nombra con respeto teologal, supongo que será alguien importante) lo educó como se educa a los elegidos.

Luego vienen sus compañeras policías: la forense Solongo, convertida ya en su amante pareja, y bastante recluida en su yurta; y la aguerrida y asilvestrada agente Oyun, que no sé cómo se las arregla para aparecer siempre en escenas con poca o ninguna ropa.

Repiten también en esta entrega, aunque con mucho menos protagonismo, los jóvenes Saraa y Gantulga y el malvado malvadísimo Erdenbat y emerge, como estrella de próximas aventuras y quién sabe si de toda una spin off propia, el policía francés de origen armenio (anda, como Manook, qué casualidad) llamado Zarzavadjian, Zarza para los amigos.

De la mano de Zarza recorremos El Havre, nos acordamos mucho de Kaurismäki, y repasamos recetas normandas que a veces alcanzan los niveles estomagantes de las mongolas.

Mi querida Mongolia, esta Mongolia mía, esta Mongolia nuestra

Me atrevo a decir que en este cóctel que es esta segunda novela, lo que más mola es lo mismo que molaba en la primera, y que (de momento) no se agota: el exotismo; el etnoexotismo.

Manook declara en una entrevista que en sus libros Mongolia es todo un personaje que encanta y seduce, pero resulta también peligroso y violento. Y es que en Mongolia en este siglo XXI todavía hay nómadas y chamanes y el chamanismo, según sigue declarando Manook en la misma entrevista, se ocupa de asuntos que también trata la novela negra occidental (la muerte, la violencia, el destino), pero, por supuesto, de una manera radicalmente diferente.

Como guía de viajes, pues, también funciona esta novela: a quién no le seduce, aunque sea un poquito, la estepa mongola espléndida, inmaculada, vitrificada por el hielo del dzud, el invierno mortal. Y, ya que cito el dzud, tengo que referirme a los hallazgos léxicos de tal pelo, como guaz o urga, todos bien recogiditos en un primoroso glosario que figura al final del libro.

Y luego, en contraste con las poéticas estepas, nos topamos con el monstruo de asfalto que es Ulán Bator, cuyo solo nombre ya impresiona, con sus edificios postsoviéticos y sus nuevas construcciones ultramodernas de reluciente cristal; la segunda ciudad, nos dice Manook, más contaminada del mundo, lo cual nos lleva a preguntarnos cuál será la primera y a contestarnos que seguramente será Pekín.

Tenemos, pues, dos mundos, dos mongolias: la de las estepas y sus nómadas, ese mundo al que Yeruldelgger se quiere aferrar, y la de los teléfonos móviles, las tabletas y la tecnología en general en el que viven, sin ir más lejos, su compañera Oyun y su hija Saraa. Estos dos mundos, estas dos mongolias, a menudo comparten el reducido espacio de una yurta y eso, claro, genera fricciones que se traducen en sucesos y se convierten en el nutriente de la ficción.

Opina Manook que ninguna de estas dos mongolias saldrá adelante sin la ayuda de la otra y ese es precisamente el asunto central de la tercera entrega de la saga, Muerte nómada, publicada en Francia en 2016. Quedamos, pues, a la espera, yeruldelggeristas del mundo.

Yeruldelgger. Tiempos salvajes
Ian Manook
Trad.: José Manuel Fajardo
Salamandra Black
 

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Un comentario en “Novela: «Yeruldelgger. Tiempos salvajes», de Ian Manook

  1. Con la primera me quedó el regusto de que podría haber sido mucho mejor pero aún y así me ganó. Dejaré pasar un tiempo antes de leer esta segunda ya que tengo miedo a que se confirme lo anterior y se desvie como Jean-Luc Bannalec.
    Saludos!

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