A punto de cumplir sesenta años, Michael MacCauley, agente de seguros, es despedido de la empresa en la que trabajaba. Totalmente atribulado, sin valor para decírselo a su mujer, con una hipoteca qué pagar y un hijo a punto de ir a la universidad, toma el tren de vuelta a casa como cada día. Mientras se haya sumido en sus preocupaciones es abordado por una atractiva mujer que le plantea una hipotética pregunta, sobre un hipotético trabajo que le supondría una hipotética y jugosa cantidad de dinero, que resolvería todos sus problemas, a cambio de hacer algo simple e inocuo para él pero no tanto para otras personas.
Antes de poder reaccionar, la mujer se baja en la siguiente parada. Él, en un acto poco reflexivo, busca el dinero, lo encuentra y se lo guarda, activando con ello, sin saberlo, una conspiración criminal que pondrá en peligro la vida de su familia, la de todos los pasajeros y la suya propia.
Tras un original inicio, en el que asistimos al solapamiento de los despertares diarios de Michael MacCauley y su familia, el director nos introduce en la historia “al compás del chacachá, del chacachá del tren”. Cuando los cadáveres empiezan a aflorar este expoli (dejó el Cuerpo hace tiempo pero el Cuerpo se resiste a dejarlo a él), de casi dos metros, cada vez lo tiene más chungo.
Durante los ciento cinco minutos que dura la película, Jaume Collet-Serra, autor intelectual del crimen, nos induce, instiga, incita e impulsa, a plantearnos, cometer y experimentar, junto a su protagonista (un Liam Neeson con el que mantiene una especial complicidad que ya se dejó sentir en Una noche más para sobrevivir, su anterior colaboración), las consecuencias imprevistas de todo acto delictivo.
Al igual que el detective belga Hercule Poirot (sin sus manías, pulcritud en el vestir y enorme ego), pero lejos del glamour que encierra un asesinato en el legendario y elitista tren de larga distancia que une París y Estambul, Michael MacCauley tiene que resolver un crimen cometido a bordo del Cercanías Express.
Estaciones que se suceden, pasajeros desconocidos junto al grupo de los habituales, desconfianza, miedo…. a MacCauley se le agota el tiempo. Cámara y ¡acción!: carreras, velocidad, choques brutales, peleas y tiros.
No deja huella. Empieza, transcurre y acaba en la sala. Pero cuando se encienden las luces te das cuenta de que te ha mantenido en vilo, sentada en el borde del asiento, con los músculos tensos, sin apenas respirar y sin otra cosa en la cabeza que no sea la sensación de vértigo por la velocidad. ¡Todo un alarde de entretenimiento puro y duro a 150 kilómetros por hora!
Si como Rachel, La chica del tren, cada día realizan el mismo recorrido, de casa al trabajo y del trabajo a casa, y suelen rellenar las tediosas horas que dura el trayecto imaginando la vida de las personas con las que se cruzan a diario.
Si creyeron a pies juntillas a la simpar Patricia Highsmith cuando les contó que dos Extraños en un tren podían planear un doble crimen, el asesinato perfecto, y salir impunes.
Si sudaron junto a Denzel Washington, experimentado ingeniero de ferrocarriles a punto de ser despedido, mientras por culpa del cabrón de Tony Scott, el director, intentaba detener un Imparable tren descontrolado que corría a una velocidad de vértigo, sin conductor, y cargado de combustible.
Si aprendieron lo que es correr, pero correr de veras, perseguidos por una jauría de zombis hambrientos, cabreados, y muy muy rápidos, porque cometieron el error de tomar el Tren a Busan.
Si tuvieron la suerte de ser una de las pocas personas que, a bordo del Snowpierces (Rompenieves), un tren que recorre el mundo impulsado por un motor de movimiento eterno, lograron sobrevivir a un jodido experimento que provocó una catástrofe climática que casi acabo con la vida sobre la Tierra.
Si han disfrutado, sufrido, reído y cavilado, con todas esas peripecias ferroviarias, sin experimentar un vahído y pedir a gritos bajar, su diagnóstico es el mismo que el mío: ¡adictos al tren!
Libertad, posibilidad de cambio, nuevos horizontes, peligro, aventuras…
Nadie como Bruce Springsteen y su Land Of Hope And Dreams para que, quienes están limpios, entiendan como los enganchados a los “caminos de hierro” desarrollamos una dependencia de la que no deseamos librarnos:
“Coge tu billete y tu maleta.
El trueno rueda por las vías.
No sabes adónde te diriges
pero sabes que no regresarás
Cariño, si estás cansada,
apoya tu cabeza sobre mi pecho.
Cargaremos lo que podamos llevar
y dejaremos el resto
Grandes ruedas rodando por campos donde fluye la luz del sol.
Reúnete conmigo en una tierra de sueños y esperanza”.
Voy a subirme a ese tren. Lo juro
Subidón de adrenalina garantizado. Saludos.