Esta es una de esas novelas que atrapan, no sabes bien cómo pero te introduce en la trama por las buenas o por las malas, cuando te quieres dar cuenta ya estás como abducido por la prosa del autor, por los personajes, por el territorio que muestra. Sirva como ejemplo:
“Kazumi Kuriwako vive y da masajes en el tercero C del número diez de la calle Gamma, a once paradas de metro, cuatro de ellas nuevas, en un extrarradio tenebrista de grafiti, cicatrizado por vías férreas, medio épico de puentes de hormigón y siempre nublado, siempre, y sembrado de bujías, a cada paso, bujías por el suelo.”
Es cierto que la idea del autor no es muy original, la sucesión de historias y personajes que de forma disparatada o anormal terminan por confluir en el mismo punto ya es algo bastante trillado, sin duda no es el punto fuerte de la obra. A cambio te ofrece un uso de la prosa, entre coloquial y de calidad, que me ha mantenido durante toda la lectura en vilo, perplejo por la facultad del autor de usar el lenguaje así, con ese desparpajo y ese buen hacer.
Es cierto que por momentos se abusa de ciertos coloquialismos, pero para quién suscribe es uno de sus mayores encantos. El autor sobrepasa, por momentos, el esperpento, y lo que nos muestra detrás es verdad de la buena, negra como el alma de Satanás o como la vida misma. Asombra que estas historias inconexas den tanto juego en la ficción, pues aquí se aprovechan al máximo, consiguiendo que por asombrosas que resulten terminen en el punto exacto preciso para la novela.
Me ha encantado ese toque bizarro y bestia de toda la narración, muy de barrio, de polígono, de vida real, mezclado todo con unas dosis elevadísimas de ficción. Sin duda lo mejor de la obra es el empleo del lenguaje y de los recursos narrativos del autor, en ese campo la obra destaca.
La novela merece nuestra recomendación, no se dejen llevar por el título o la contraportada, el mejor consejo que les puedo dar es comenzar a leer, luego ya no lo podrán dejar.
Para finalizar les dejó un extracto de las mañas del autor y de parte de lo que circula por la novela:
“Ea, pues, por lo demás, ya está, ya pasó, ya está, ahí se quedan los grafitos tenebristas y ahí se quedan los puentes épicos de hormigón, ahí se quedan las cicatrices férreas y las escombreras ultrajadas, contaminadas, sin identidad, ahí se quedan los polígonos industriales concebidos por coyunda del cohecho y la prevaricación y ahí se quedan las bujías por el suelo, el tío con trazas de dormir entre sacos de pesticidas, las matanzas, sus cadáveres y el nublado perpetuo, como atornillado al cielo sin miramientos por un dios de las putás, que yo me voy a mi casa, se está haciendo de noche y pronto las ratitas bailarán flamenco sobre los charcos de alquitrán, ahora vamos a ver si doy yo con la boca de metro por la que he salido, porque es que estoy más tonta que yo qué sé lo tonta que estoy, ¿por qué estaré yo tan tonta?, además estoy mareosa, mareosa, me he puesto mareosa.”
La japonesa calvaJesús Tíscar Jandra
Edaf