Novela: «La gallera», de Ramón Palomar

Sergio Torrijos Martínez

Estoy un tanto quemado de que cuando aparece un autor de novela negra bestia, es decir, sin concesiones, inmediatamente se le compare con Ellroy y Tarantino. Vale, entiendo que sean los arquetipos más importantes de una supuesta “dureza” en las tramas y en el trato de ficción, pero no se corresponden con la realidad o es demasiado arriesgado considerarlas así. Y el propio tándem Ellory/Tarantino es ya un clásico que huele a media verdad y que por el hecho de ser muy repetida ha pasado a formar parte de ser una verdad al completo.

Ellroy puede que sea algo bestia, casi siempre por cuestiones de sexo, pero de ahí a que toda su obra sea una exposición de brutalidad hay un mundo, tanto como el que desarrolla el autor angelino y que posee sus propias claves.

De Tarantino, lo mismo, tal vez se usa más la violencia y la sangre porque filmográficamente es más aparente, pero todos sabemos que muchas de sus peores escenas, más violentas, suelen ser bastante contenidas y tienen más que ver con el diálogo que con la acción.

Por todo ello no termino de comprender semejantes comparaciones, de Ellroy, en este pedazo de novela, sólo hay ese gusto por la frase corta y esa acumulación de adjetivos que van mostrando una imagen muy concreta de algo determinado y que es muy del estilo del autor angelino. Palomar se apoya en esa concreción para dar un mayor ritmo a la lectura, que es eléctrica, y conseguir mantener la tensión buena parte de la obra. De Tarantino, alguna escena como la inicial, donde existe una visceralidad algo impostada, porque lo curioso, y lo que ejecuta a la perfección Ramón Palomar, es crear tramas feroces con muy poco, simplemente mirando a la realidad que nos rodea y dotando a los personajes de ese poso brutal que todo lo cotidiano posee. Sirva como ejemplo:

“Ella le reconoció. Le puso ojitos de gallina blanca Avecrem que deseaba compartir su último caldo de lujo. Realizó carantoñas de sutilidad agropecuaria.”

Así que un policía se vuelva corrupto, ya era violento desde el comienzo de su biografía, simplemente al ver la realidad que le rodea, luego esa realidad le engulle y le trasiega en una larga digestión, no sorprende a nadie, es algo que aparece en muchas de las noticias que vemos diariamente y que no consiguen ni que levantemos una ceja.

Que un camello, el llamado Rubio, trabaje con éxito hasta convertirse en una figura importante dentro del tráfico de drogas en una zona, no es sorprendente para nadie, salvo si te llamas Palomar y dotas al personaje de todo lo que imaginas que pudiera tener y lo magnificas, le impones unas normas básicas de comportamiento debidas a su entorno, como por ejemplo una novia atrabiliaria y siliconada y para ser discordante un cierto miedo a la violencia que se le supone a quién se dedica a semejante forma de vivir.

La tercera pata es un asesino dirigido por el mejor personaje de la novela, el legionario Ventura, y que tiene unos problemas psicológicos de aupa.

Con ese trío ya tenemos un buen cóctel aunque es preciso cocinar. Lo mezclaremos con los condimentos necesarios; unos secundarios de lujo, unos gallos que matan y mueren en unas peleas salvajes, unos intereses cainitas y, cómo no, dinero, mucho dinero, el vil metal que mueve el mundo termina por ser el elemento clave para que toda la acción tenga lugar.

Antes de seguir y de recomendar encarecidamente la obra, quería hablar sobre ese secundario de lujo, Ventura, que Palomar nos ofrece. No quiero dar muchas pistas al lector, pero me encantaría que el autor tuviera a bien prestarle la suficiente atención como para que fuera el protagonista de otra novela, lo merece y cualquiera que lea la obra se dará cuenta. Ese personaje en las manos de un autor en forma como este puede ser algo muy grande.

“Durante esos viajes a la Península para competir estrechó lazos con otros compañeros de armas. Hombres bragados, remachos y patriotas como él. Reconoció a otros lobos que redondeaban la mísera paga con actividades paralelas.

Fertilizó alianzas. Reforzó amistades. Trenzó pactos. Tejió comercios. Fortaleció industrias subterráneas. Urdió hermandades paralelas… La milicia era un muermo y él, un genuino españolo responsable de la vieja escuela, pero en España recién mandaban los rojos y ahora querían ir de modernos. La gente se amariconaba a pasos agigantados… No sabía cuánto aguantaría bajo la férula de Millán Astray porque España cada vez era menos la España que él idolatraba. España se estaba yendo a tomar por el culo, pero por eso la gente como él era tan necesaria.”

Palomar ya nos sorprendió y nos agradó, en grado sumo, con su primera novela. Esta, ha tardado demasiado en aparecer y viene a demostrar algo que ya sospechábamos, que había un autor de talento pugnando por agradarnos.

Sus ideas y su mundo de ficción, nada fácil de transmitir, demuestran que tiene esa capacidad innata de trasladarnos a un universo, que puede que sea ajeno al nuestro, pero que nos introduce en él de forma sutil, es decir casi a patadas.

Ni qué decir que la obra me ha encantado, la he disfrutado como un enano. Tengo que reconocer que no es una prosa, ni una temática, para todos los gustos. Es bruta, bestia, inmisericorde y cualquier apelativo que le quieran poner, pero divertida hasta decir basta. Firmaría para encontrar una novela así una vez por año.

Por último decir a todos los lectores que si hubiera que comparar al autor con otro del mismo tipo y estilo miraría al centro de la península y a un señor llamado Julián Ibáñez, un maestro para todo aquel amante del auténtico género negro.

La gallera

Ramón Palomar
Grijalbo

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