Novela: «Una bala para Riley», de Marto Pariente

Teresa Suárez

La última serie de tal plataforma, la última novela de fulanito, el último premio de esta o aquella editorial, los estrenos de cine… Agota pensar en la presión diaria a la que estamos sometidos, lectores y espectadores, para tratar de lucir esa etiqueta de “AL DÍA” tal difícil de alcanzar.

No volverse tarumba con el tema exige que, de vez en cuando, frenes, respires hondo y, tras sacudirte el estrés, vuelvas la vista atrás para sumergirte en el pasado (lejano o cercano pero pasado al fin y al cabo) y disfrutar del placer de descubrir libros o películas que se te escaparon en su momento y de cuya existencia llegas a saber gracias a la forma menos interesada y fiable que existe: el boca a boca.

Por eso, hoy quiero regresar al pasado para hablarles de Una bala para Riley (Editorial Círculo Rojo, 2015), primera novela de Marto Pariente, uno de los escritores “más odiados” por sus colegas porque, gracias a La cordura del idiota, su segunda novela, en 2020 lo ganó prácticamente todo: reconocimiento, lectores incondicionales y prestigiosos premios… ¡Vamos que arrasó!

Así que, con su permiso, voy a subtitular este reseña Marto Pariente: The beginning.

«Riley, ex convicto e investigador privado, recibe el encargo de encontrar a la joven y bella modelo Venecia Gayo, testigo del suicidio de un importante magnate ruso. No es el único que la busca. El Gringo –sicario de un poderoso cártel mexicano que no quiere cabos sueltos– anda tras ella. En medio de la cacería que se ha desatado, aparecerá Salazar, un Inspector de Policía para el que cumplir la ley no será tan importante como el hecho de redimir sus pecados.

Un thriller a caballo entre la novela negra y la novela policiaca donde los actos del pasado vuelven para reabrir viejas cicatrices y saldar deudas que poco o nada tiene que ver con el bien o el mal».

Como pueden ver, en la sinopsis de Una bala para Riley aparece un conjunto de palabras clave (ex convicto, investigador privado, sicario, cartel mexicano, inspector de policía, modelo, ruso) que, significado aparte, llevan asociadas una serie de connotaciones que automáticamente seducen al público porque dibujan en su imaginación persecuciones, tráfico de estupefacientes, mucho dinero, muchos tiros, policías en el límite del bien y del mal, héroes derrotados y la imprescindible femme fatale que con su belleza y juventud garantiza más de un quebradero de cabeza al elenco masculino.

Es decir, todos aquellos ingredientes que hacen atractivo este género a un amplio espectro de la población lectora.

Además, conocedor de que las fronteras o bien se nos escapan a la mayoría o nos dan igual, quien ha elaborado la sinopsis sitúa la historia en la intersección del thriller, la novela negra y la policiaca para hacerla aún más seductora.

Si, como padres de la novela negra, la sombra de Raymond Chandler y Dashiell Hammett es alargada, la de Philip Marlowe y Sam Spade, sus respectivos hijos, ya ni les cuento.

El hecho de que a ambos retoños les prestará su cara para el cine un tipo duro, cínico, tirando a feo, cuyo principal atractivo para las mujeres era su aparente desapego, no demasiado alto y con un eterno cigarrillo colgando en los labios (murió de cáncer de esófago a los 57 años), llamado Humphrey Bogart, hizo que el detective privado solitario, alcoholizado, con la brutalidad del hombre acostumbrado a abrirse camino a golpes en los ambientes más hostiles y que no solo no teme a la muerte sino que parece que la desea, se convirtiera en el arquetipo a reproducir y perpetuar en el género parido por sus progenitores.

Y así ha seguido hasta nuestros días.

Dicho esto, vamos con la presentación de los contendientes.

En el lado de los autóctonos tenemos a…

Riley, el protagonista, macerado en alcohol, «un hombre de treinta y cinco años, desahuciado y listo para el desguace», que pasó de librero a sabueso sin licencia gracias a Laurel and Hardy, sus amigos letrados («Tenía trabajo. Sórdido y solitario, pero un trabajo al fin y al cabo. ¿La ironía? Que lo obtuve gracias a Gordon y Ferris (…) Detective, investigador privado, lo mismo da. Yo me consideraba un chucho (…) que seguía la pista de fulanos a encontrar. Y parecía que daba la talla»), que sabe cómo tratar a las mujeres («Venecia se disponía a hacer una especie de puchero cuando Riley le soltó una de las muñecas y le plantó un bofetón en la cara») y que, incapaz de superar el dolor que produce la pérdida de un ser querido, desea morir (« ¿Sigues tras la sombra de la parca, Riley? No contestes. Déjame adivinar»).

Gordon y Ferris, el gordo y el flaco, ¡abogaaaaadoooossss!, a quién Riley, trabajador autónomo, presta servicios a cambio de una compensación económica.

Gordo Luna, «un hombre, negro, calvo y enorme, que escondía sus ojos tras unas diminutas gafas tintadas de color rojo». Un mafioso de palabra que siempre paga sus deudas.

Salazar, inspector de policía, perseguido día y noche por la culpa, ángel de la guarda de toxicómanos. En perpetua expiación por la muerte de su hijo, un drogata, un yonqui, un tirado, a quien echó de casa tres días antes de que su cadáver apareciera flotando en las turbias aguas del río Manzanares.

Por el lado de los internacionales presentamos a…

Anatoli Volkov, magnate ruso y suicida porculero. Omnipresente en la trama pero sin intervenir en ella: el convidado de piedra.

Armando, «un joven espigado con un traje hecho a medida y un maletín pegado al costado» que «representaba a una de las más prestigiosas aseguradoras que operaba en Europa, América y Oriente Medio».

El Gringo, «su rostro, mármol bruto sin esculpir, no dejaba entrever qué es lo que sentía, si es que sentía algo», preciso, certero y sin perdón.

El todopoderoso cartel mexicano cuya justicia no entiende de edad, sexo ni fronteras, porque «para decir con Dios», a lo bestia, siempre le sobran los motivos.

Y en el centro de la telaraña Venecia Gayo, «sacada de los cuentos de Las mil y una noches. De ojos almendrados. Triste sonrisa», la escurridiza liebre a la que todos intentan dar caza.

En Una bala para Riley hay Snatch (robar a), cerdos (de dos patas) y diamantes.

En Una bala para Riley, que emplea diferentes fuentes tipográficas (estilo, tamaño, altura), hay una búsqueda de la singularidad a través de la forma que, en ocasiones, más de las que serían deseables, marea.

En Una bala para Riley, aunque ya asoman el hocico elementos vernáculos que serán vitales en su siguiente obra, aún se deja sentir con fuerza la influencia de los padres americanos de la novela negra.

En Una bala para Riley, al igual que he observado en las operas primas de otros autores, hay precipitación y falta de confianza. Las ideas bullen en la mente del escritor y se nota, pero éste aún no ha encontrado un estilo propio que haga de su novela una pieza de coleccionista, no por su originalidad, no es necesario, sino por un acabado artesano que hable de calidad a cuantos se adentren en sus páginas.

Pese a todo, Una bala para Riley es una buena primera novela que se lee rápido, entretiene y que, probablemente, no tardará en reeditarse.

No es fácil, lo sé.

Los comienzos son duros.

Muchos son los llamados y pocos los elegidos.

Pero Marto lo fue, elegido me refiero, porque tras Una bala para Riley, una imitación entretenida, ofuscada y confusa, ha sido capaz de escribir la que, en mi opinión, es una de las mejores novelas negras que se han publicado en España: La cordura del idiota.

¡Bien por Marto!

Una bala para Riley
Marto Pariente
Círculo Rojo

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3 comentarios en “Novela: «Una bala para Riley», de Marto Pariente

  1. La leí hace ya varios años, a poco de publicarse y ya me pareció una muy buena opera prima. Tiene sus pegas, pero ya vi que prometía y que Marto Pariente daría alegrías al género. Me quedé corta. La cordura del idiota superó todas mis expectativas para su segunda novela. Espero la tercera con impaciencia.
    Un abrazo.

  2. A todos los escritores y escritoras colegas de Marto Pariente: por favor, no sean tan literales.
    Lo de «más odiado por sus colegas» va entrecomillado para indicar que sólo es una forma de hablar, en este caso escribir.
    No creo que ninguno/a de ustedes odie a Marto Pariente por su éxito.
    Además, cuando hablas con él, se ve a la legua que es un hombre sencillo, simpático y nada presuntuoso.
    Que nadie se de por aludido, pues. Con esa expresión solo quería indicar ENVIDIA SANA. Nada más.
    En cualquier caso disparen a la pianista, o sea a mi, que fui quien lo escribió.
    Saludos

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