«Muerte en verano», de Benjamin Black, por Francisco J. Ortiz

Muerte en verano:

Las reglas del juego

Francisco J. Ortiz

Muerte en verano es la primera novela de Benjamin Black que he tenido la ocasión de leer, pero no la primera de su autor. Me explico, aunque quizá no haga falta: como la mayoría del respetable sabrá, Benjamin Black es el seudónimo que utiliza el escritor John Banville para firmar sus novelas policíacas. Y quiero pensar, dado que es algo de dominio público y que su autor no ha ocultado en ningún momento, que no es este uno de esos escritores de alta literatura que se avergüenzan de su producción de género, sino que estamos ante una broma cómplice para con los lectores, o mejor, un método sencillo y eficaz para diferenciar unas novelas de otras.

Acerca de esta última posibilidad, cabe señalar que al que esto firma le parece una distinción absolutamente pertinente y para nada baladí: soy un lector omnívoro que lo mismo disfruta de una cosa que de otra, pero cuando me dispongo a leer un libro quiero saber a priori, salvo que la voluntad del escritor sea la diametralmente opuesta, si me voy a encontrar con una narración de género o no; los estilemas de una y otra son muy distintos, y en la medida que condicionan a la primera, quiero saberlo de antemano. En otras palabras: si vamos a jugar, quiero conocer las reglas del juego antes de empezar.

Llegado este punto debemos recordar que Muerte en verano es la quinta novela de Banville firmada como Benjamin Black, todas ellas disponibles en castellano de la mano de Alfaguara, y la cuarta entrega de la saga novelesca protagonizada por el doctor Quirke y ambientada en el Dublín de los años 50. Antes le precedieron El secreto de Christine, El otro nombre de Laura y En busca de April, y es por tanto la primera que no incluye un nombre de mujer en su título (puesto que aquí no procede). A pesar de ello, se puede disfrutar sin mayor dificultad de forma independiente: de hecho, los lectores más experimentados que no hayan leído las entregas anteriores enseguida adivinarán en qué momento se hace referencia a lo contado allí, sin necesidad de conocerlo todo para que la presente novela funcione a la perfección.

Así pues, me dispongo a leer por primera vez a Benjamin Black sabiendo, poco más o menos, qué me voy a encontrar: un relato de intriga que pronto adquirirá la categoría de whodunit. Y cuando digo pronto, quiero decir pronto. El escritor irlandés quiere subrayar desde el comienzo que esto no es El libro de las pruebas o El mar, y arranca así el relato: “Cuando se propagó la noticia de que Richard Jewell había sido encontrado con la cabeza reventada y con una escopeta entre las manos, limpias de sangre, pocas personas ajenas al círculo familiar o pertenecientes al mismo consideraron su muerte una gran pérdida”. Eso es lo que yo llamo explicar las reglas del juego antes de jugar.

Así pues, Richard Jewell, un adinerado magnate de la prensa al que apodaban “Diamante Dick”, es el cadáver alrededor del que gira la investigación, en donde el doctor Quirke y el inspector Hackett conforman una nueva revisión de la pareja formada por Sherlock Holmes y John Watson… homenaje explicitado por el propio autor en boca de Carlton Sumner, enemigo encarnizado de la víctima y por tanto principal sospechoso del crimen, aunque no el único. Y dado que aquí nos movemos en las altas esferas del poder, en espacios más propios de algunas novelas de Faulkner o Scott Fitzgerald que de los callejones y los garitos que pueblan la narrativa hard boiled más ortodoxa, cabe la tentación de pensar que John Banville se ha disfrazado de Benjamin Black no solo para urdir una novela de intriga a la antigua usanza (que también) en lugar de una negra, sino que ha descendido al callejón donde, según Chandler, su antecesor Hammett bajó el crimen, para volverlo a subir a los jarrones venecianos del salón. Para demostrarles que no es así tendría que contarles de qué trata realmente esta novela negra, potente y poderosa disfrazada de novela enigma, que no es sino un tema lamentablemente de actualidad desde hace cientos de años, pero entonces me convertiría en el objetivo de una yihad sanguinaria que pondría precio a mi cabeza. Y esta guerra santa no solo la proclamarían los lectores defraudados porque alguien les jodió la sorpresa, aunque solo estos serían los que tendrían toda la razón del mundo para enfadarse.


Muerte en verano
Benjamin Black
Trad.: Nuria Barrios
Alfaguara

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