Rachel todos los días realiza el mismo recorrido en tren hasta Manhattan. Durante el trayecto pasa frente a la casa de una pareja cuya vida imagina idílica, a diferencia de la suya que hace aguas por su reciente divorcio aún no superado. Una mañana, envuelta en la bruma etílica que últimamente siempre le acompaña, observa algo que la perturba y enfada, un suceso que le llevará a involucrarse en las vidas de unos desconocidos, poniendo con ello en riesgo no solo su cordura sino su vida.
Antes de que diera comienzo la sesión de las cinco, tres ruidosas adolescentes a sus móviles pegadas, que vociferaban como si no hubiera un mañana, me demostraron que las cosas nunca son ni lo que esperas ni lo que parecen. Cuando se apagaron las luces de la sala callaron de inmediato y no volví a saber de ellas hasta la salida, momento en el que escuche como manifestaban su decepción con la película porque consideraban la novela, que sorprendentemente las tres habían leído (en el Barómetro del CIS de septiembre de 2016, el 69% de los encuestados manifestó que en España se leía poco; frente a un 29% que dijo leer todos o casi todos los días, un 18% contestó que no leía nunca y el 17,8% casi nunca), muchísimo mejor.
Eso me llevó a preguntarme ¿es tan conocida La chica del tren de Paula Hawkins? Pues parece que sí. Los números no mienten: publicada en 30 países, se han vendido cinco millones de copias (en España van por la sexta o séptima edición).
La chica del tren es un edificio, gineceo por más señas, sustentado, como no podía ser de otro modo, por las impactantes actuaciones de tres mujeres que, pese a los violentos hombres que les acompañan, son quienes insuflan la auténtica fuerza a la historia.
Cuando una pareja se rompe, frente a las más pragmáticas y mediatas aspiraciones masculinas, Paula Hawkins nos presenta un estereotipado universo femenino plagado de sentimientos, crisis nerviosas y autodestrucción, que gira en torno a poder o no poder cumplir la santa misión para la que la mujer fue creada: ser madre.
Una intriga lenta en la que nos vamos adentrando a través de las lagunas mentales de Rachel (muy convincente Emily Blunt) y su errático pensamiento que nos induce a ver delitos y culpables allí donde no existen.
Pese a esos saltos en el tiempo para ofrecernos distintos puntos de vista en diferentes momentos, la trama de esta nueva Ventana indiscreta en movimiento resulta, lo sé, algo simplona.
Se trata de un thriller no demasiado elaborado, es cierto, pero Tate Taylor (acostumbrado a sacar punta a los personajes femeninos, como ya demostró en Criadas y señoras) compensa la falta de energía con, insisto, la excelente interpretación de las tres actrices que pese a la contención que parece dominar todo el metraje, logran imprimir al conjunto la marca de entretenido.
Si hacemos caso de los que insisten en comparar la película con Perdida, dirigida por David Fincher y basada en la novela de Gillian Flynn, el duelo lo pierde, claramente, La chica del tren.
¡Habrá que leer la novela!
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