Reseña: «El karma del inspector González», de Sebastián Vázquez

Cubierta_El karma del Inspector González_19mm_211016.inddSergio Torrijos Martínez

Novela no apta para todos los paladares. Profundamente negra, que espantará a los estilistas del género, en la novela hay de todo pero de todo vulgar, chabacano, de barriada humilde y sobre todo muchos delitos, tantos que el código penal se queda corto para todo lo que aparece.

No es la primera novela de este estilo pero, tengo que reconocerlo, cuando se hace bien y se ejecuta mejor te diviertes como un cerdo en un lodazal, y lo de cerdo va también por el protagonista que tiene algo de porcino. Sobre todo me gusta esa facilidad del autor por mezclar tramas, por llevarlas a un punto en que la mixtura con otras es una mera cuestión temporal, porque ahí está el secreto de todo el artificio, de que cada trama, cada hilo narrativo termina por colisionar con otro y cuando crees que es imposible mayor unión entre ellos, el autor es capaz de sorprendernos con otro más, así hasta resolver todo, pero todo, todo.

Se inicia con el inspector González, un tipo peculiar, bebedor, putero, policía, jugador, que comienza a hacer malabarismos para mantener un ritmo de vida que incluye unas astronómicas deudas con el naipe y un trabajo que le mantiene a flote. El trabajo le lleva a investigar un crimen brutal y de ahí a un narcotraficante y de ahí a una muchacha que le provoca profundo deleite y de ahí a un gitano confidente que observa con indiferencia la ligerísima línea entre la colaboración y el delito y de ahí…

¿Potente o no?

Muy poderosa y más aún con un ritmo endiablado, suicida a veces, sin permitir un respiro y sin dejarte un mínimo momento de reflexión, todo es acción, conexiones entre los personajes, cuitas y deudas pendientes y claro, como no podía ser de otra forma, violencia y muerte.

Nadie hay bueno en todo el artificio, solo hay dos bandos, los malos de verdad y los que aspiran a serlo: apuntarse a uno u otro es una cuestión sucedánea.

La trama está tan bien urdida que cuando comienzan a aparecer personajes estrambóticos encajan a la perfección en la obra, es como si la química del relato fuera capaz de atrapar y manejar cualquier tipo de personaje que se le eche, es algo así como la coca-cola, un disolvente universal. Tengo que decir que las relaciones entre todos los presentes son muy singulares, muy bien llevadas, tanto que cuando tienes un momento y paras para analizar algo no te da tiempo, la siguiente página ya te ha encontrado la relación y las posibilidades que se derivan de ella.

Uno tiene ya un gusto muy reconocible, de sobra se me ve el plumero y estas historias arrabaleras y sifilíticas me encantan, no por algo el gran maestro de este arte es uno de mis escritores más admirados, Julián Ibáñez, y esta novela tiene poco que envidiar al gran autor.

Prueben a ver si son de mi misma comba. Por mi parte, sólo puedo recomendarla: es divertida, entretenidísima y voraz como una partida de naipes al juego de moda, “el chirivito”.

 

El karma del inspector González
Sebastián Vázquez
Almuzara

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