Novela: «El diablo me obligó», de F. G. Haghenbeck

Teresa Suárez

En el mundillo de lo negro y criminal es un clásico la figura del cazarrecompensas que, armado hasta los dientes, persigue a todo tipo de especímenes humanos para después venderlos al mejor postor.

La “caza por encargo” constituye un nicho de empleo en alza para el cual no se precisan títulos universitarios. Esa ausencia de requisitos para ejercer, hace que se dediquen al oficio hombres y mujeres de todo pelaje, cuyos métodos, en función de sus resultados (en esta profesión la evaluación del desempeño se lleva a rajatabla), van creando escuela y ganando adeptos que imitan descaradamente a los padres fundadores.

Pero si la batida es contra una especie inhumana la cosa cambia. Perseguir demonios, querubines o ángeles caídos, exige ciertas aptitudes físicas y una preparación y experiencia que solo se consigue sobre el terreno. De eso va El diablo me obligó del escritor mexicano F. G. Haghenbeck.

La Santería es una tienda muy particular (“En el aparador había una colección poco común: una gran imagen de madera de la Virgen de Guadalupe, cirios negros, una escultura en piedra de la Santa Muerte, libros de santería, dijes religiosos, estampas carcomidas por el sol y un par de botellas alargadas que se anunciaban como AGUARDIENTE LOS DIABLITOS. ORIGINAL DE ÁNGEL 100%. Un letrero en cartulina con letras escritas a mano explicaba: AQUÍ SE ARREGLAN COSAS. SI QUIERES MILAGROS CUESTA MÁS CARO”) pero, pese a su originalidad, es tan solo una tapadera.

Más allá de vender pócimas y chismes embrujados, la verdadera ocupación de Elvis Infante (“un hombre que, tiempo atrás, había dejado su juventud en alguna prisión (…) Traía el pelo engominado, hacia atrás, sin llevarlo demasiado largo para recogerlo en una coleta (…) Para no dejar dudas, un par de tabletas de identificación militar colgaban de su cuello y peleaban por sobresalir con una cruz de granate rojo en plata. Un delicado bigotito, ridículo, de fiesta de quince años, adornaba su cara. Traía un cigarrillo en los labios, sin encender”), su dueño, es otra.

Como diablero graduado, Infante practica exorcismos a los poseídos, encierra a los demonios en botellas o cajas mágicas y después los vende en el mercado negro como “gladiadores” para las peleas organizadas por El Conclave, un selecto Club de la lucha cuya única regla es que no hay ninguna. Hombres, mujeres, ángeles y demonios, se mezclan en El Hoyo, “el gran coliseo clandestino del inframundo”, para disfrutar como posesos, nunca mejor dicho, de ese “pan y circo” ilegal.

Una gran fiesta de delirio y desenfreno donde los billetes vuelan más que las alas de los seres sobrenaturales que se enfrentan, a vida o muerte, en el ruedo para disfrute y enriquecimiento de los hombres.

En su cruzada exorcizadora a lo largo y ancho del mundo, acompañan a Infante un llamativo elenco de hombres y mujeres entre los que destacan el padre Benjamin, un cura guapo, masculino e irreverente que se salta, sistemáticamente y con conocimiento de causa, los votos de pobreza (le encantan los trajes caros), obediencia y sobre todo castidad, y la hermosa Kitty Satana (“Se había mandado tatuar un par de alas de ángel en ella. Al sacerdote le costó trabajo distinguir que el dibujo era para simular y esconder las enormes cicatrices que tenía allí, como si la hubiera rebanado de cada lado. La protuberancia de un miembro cercenado, que podrían ser alas, aún quedaba en el lado derecho”).

Plagado de flashback y con un lenguaje en el que abunda el “spanglish” (“Era un trabajador del East Side, un buen tipo, legal… Conoció a esta tipa moderfuker. Una cualquiera”), la acción salta de un período a otro mientras el lector tiene que espabilar para no perder el hilo de la trama.

Un universo paralelo, desconocido para el común de los mortales, que enganchará más a los aficionados al cómic que a los lectores de novela policíaca. Si algo destaca en El diablo me obligó es que se trata de un cuento narrado en palabras que pide a gritos ser extrapolado a imágenes.

Ese grito no pasó desapercibido para los linces de Netflix que han creado la serie Diablero basada en la novela de F. G. Haghenbeck.

No sé por qué, pero estoy casi convencida de que la serie me va a gustar más que el libro.

El diablo me obligó
F. G. Hachenbeck
Ediciones B

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