Novela: «Tiempo de siega», de Guillermo Galván

Ricardo Bosque

Resulta inevitable enfrentarse al primer caso a resolver por el exinspector Carlos Lombardi sin que nos traiga a la memoria a otro policía de la misma época creado por uno de los escritores más eficaces de la literatura española reciente, un tipo que es una auténtica factoría a la hora de publicar libros. Me refiero a Jordi Sierra i Fabra y su Miquel Mascarell, protagonista de unas cuantas novelas a resolver en unos pocos días cada una de ellas.

Cuelgamuros, 1941. Lombardi, criminalista leal a la República que lleva unos años «trabajando» para el nuevo Régimen tanto en la construcción de la cárcel de Carabanchel como del mausoleo que se conocerá como Valle de los Caídos y que, casi ochenta años después sigue acaparando portadas y polémicas, recibe el encargo de un antiguo superior que ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos de investigar un crimen recientemente cometido en las calles de Madrid y que recuerda poderosamente a otros tres que ocuparon el tiempo del exinspector allá por el ya lejano 1936, cuando todavía estaba en activo con pistola y placa oficial. A cambio, la redención de parte de su condena y una tímida sugerencia de un probable indulto en el futuro.

Poco dado a los agradecimientos hacia quienes le han llevado a la cárcel por el simple hecho de permanecer fiel al gobierno legítimo, Lombardi aceptará el caso como medio de aprobar la asignatura que dejó pendiente al finalizar la guerra. Aceptará también la compañía de la «secretaria» que le es asignada como única ayuda, una de las primeras mujeres de la nueva Brigada de Investigación Criminal que, en lo fundamental, mantiene la vieja estructura si bien con personal afecto. Una mujer, eso sí, relegada a las labores puramente administrativas, una falangista auténtica que no duda en llamar al Generalísimo por el apodo de la Culona. ¿Desprecio real o trampa tendida a un exinspector obligado a callar más de lo que le gustaría?

Junto a Alicia Quirós e Ignacio Mora, ingenuo aprendiz de periodista que pretende publicar un libro con los crímenes más horrendos cometidos en la capital en un tiempo en que hasta para los sucesos hay un cupo semanal y una censura férrea porque sabido es por todos que en los nuevos tiempos todo es paz y armonía, Lombardi recorrerá las calles del Madrid más triste y gris imaginable en la búsqueda de un asesino en un caso que se va complicando poco a poco, pasando de lo que parecía uno de esos improbables serial killer a una trama en la que se multiplican los intereses por momentos, con un escenario poblado de agregados culturales y representantes varios de las diferentes potencias implicadas en la II Guerra Mundial y cuya labor sobrepasa con creces la puramente diplomática.

El autor no desaprovecha la ocasión para introducir elementos costumbristas e ilustrar al lector sobre la España de la época, con su Lotería Nacional como única esperanza de abandonar las penurias cotidianas, sus automóviles con gasógeno -tecnología punta utilizada en nuestro país a lo largo de dos duras décadas- o las rivalidades entre periódicos monárquicos y falangistas –ABC y Arriba-, entre las distintas corrientes presentes en el gabinete de gobierno del dictador o entre las diferentes facciones de la Falange, desde los originales camisas viejas a los advenedizos camisas nuevas.

Decía al principio «enfrentarse al primer caso a resolver…» y espero no equivocarme con este arranque al suponer que, sin tardar mucho, nos llegará una segunda entrega de las andanzas de Lombardi: yo, al menos, la acogeré con los brazos abiertos.

Tiempo de siega
Guillermo Galván
Harper Collins

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