Hace ya unos meses, tuve la suerte de recibir las galeradas de la primera novela que Ediciones B iba a publicar de Mikel Santiago, vizcaíno del 75, viajero, aficionado a la música, informático de profesión y escritor de vocación.
Mikel Santiago ya había publicado algunos relatos en formato ebook que habían recibido el visto bueno de numerosos lectores hasta el punto de colarse sin invitación en las listas de best sellers de Estados Unidos escritos en español. Con La última noche en Tremore Beach le llegaba la oportunidad de triunfar jugando en casa, oportunidad que, desde luego, ha aprovechado a fondo.
Por ahí he leído que La última noche en Tremore Beach es un thriller. No sé, tengo mis dudas al respecto, las fronteras entre etiquetas son últimamente bastante permeables y me resulta difícil asignar una única categoría a determinadas novelas. Por eso, puestos a elegir un término que defina en mi opinión la novela de Santiago, me atrevería a decir que se trata de una película de suspense. Y si todavía no lo es, no me extrañaría que lo fuera en un plazo de tiempo más corto que largo.
Porque La última noche en Tremore Beach se lee-se ve como una película de Hitchcock: un tempo contenido -sobre todo en los dos primeros tercios de la narración-, un cierto componente onírico que te hace dudar permanentemente entre ficción o realidad, un aparente no pasar nada lleno de tensión, unas imágenes sugeridas que tienen la capacidad de ponerte los pelos de punta y un desenlace -esa tercera parte de la novela que nos faltaba- en la que el lector -me atrevo a afirmar que sin excepciones- se quedará sin resuello.
Todo para contarte el retiro al que, voluntariamente, se somete Peter Harper, un exitoso compositor de bandas sonoras en horas bajas, recientemente divorciado, eligiendo para ello una solitaria playa del norte de Irlanda. Una isla, ya ven, lo que nos proporciona uno de esos escenarios opresivos tan útiles para determinadas tramas literarias -o cinematográficas, insisto-. Allí, a unos kilómetros de la única vivienda habitada de la zona, conoceremos los antecedentes vitales de Harper a través de sus recuerdos de infancia, juventud y madurez. De paso, tomaremos contacto con algunos de los habitantes de la localidad más cercana a Tremore Beach, población que, por su configuración, no deja de recordarme en cierto modo a la Cicely de Doctor en Alaska. Con una diferencia sustancial: los vecinos del doctor Fleischman, con sus rarezas, eran en general gente adorable; los de Harper, sin excepciones, son de esos de los que uno no sabe muy bien qué pensar.
La editorial, en su día, me animó a escribir una de esas frases lapidarias que ayuden a promocionar la novela. Lo hice y dije: «Una magnífica novela que transcurre con calma pero se lee con el corazón en un puño porque intuyes que la tormenta estallará en el momento menos pensado. Y vaya si lo hace».
Y es que, a pesar de la aparente placidez, de la monotonía con que transcurren los días de Harper en su remoto exilio, Mikel Santiago deja caer, aquí y allá, certeras pinceladas que avisan de que una tragedia se avecina, que algo impensable va a irrumpir en la isla, como un elefante en una cacharrería, para poner fin a los días de bonanza -social, que no climatológica- a que están acostumbrados los vecinos de la región.
Santiago apenas deja pistas en las dos primeras partes de la novela que permitan imaginar cómo pueden darse las condiciones para que se produzca la tormenta perfecta. No seré yo quien lo haga, por supuesto: estaría sustrayendo al lector un placer que merece disfrutar a tope.
Hágalo. Léalo. Véalo. No lo dude.
La última noche en Tremore BeachMikel Santiago
Ediciones B
Me la apunto Ricardo.
Bien hecho, José Ignacio, una lectura francamente entretenida