Reseña: «Mal trago», de Carlos Bassas

mal-tragoMarta Marne

Existen ciertas costumbres arraigadas en la población de este país como asistir en masa a los acontecimientos que implican alguna desgracia para el prójimo. Antiguamente se asistía a los ahorcamientos o a las quemas de brujas. Hoy en día a los desahucios y a las demoliciones, con la bata guateada y los rulos, para que parezca que solo has bajado un momento a tirar la basura. Que igual pasa algo interesante y si no lo veo me tengo que enterar por el vecino. Quizá por eso es un escenario idóneo donde abandonar un cadáver cuando quieres que todos se enteren y no pase desapercibido.

Ese es el arranque con el que Carlos Bassas hace que nos quitemos las legañas lectoras y prestemos la máxima atención desde la primera página de la tercera entrega de la serie de Herodoto Corominas. La demolición del primer edificio modernista de Ofidia con aparición de caja fuerte y niño muerto dentro. Sábanas, precinto de la policía y todo tipo de recursos para que los vecinos no vean lo que todos tratan de ver desde los pisos más altos: quién es el muerto.

La autopsia no pone las cosas fáciles a nuestro inspector. El niño parece haber muerto por asfixia y sin dolor, sin que le hayan tocado los bajos. Lavado, peinado y vestido de primera comunión, sin rastro que le identifique, tocará esperar a que denuncien la desaparición. Estamos hablando de un niño de diez años, por lo que alguien debería echarle de menos.

Su padre aparece poco después a denunciar que su hijo no había desaparecido, sino que le habían secuestrado. Un hombre tan falto de recursos no puede pagar el euro treinta del autobús y debe dejar que su hijo vuelva solo a casa caminando. ¿Quién secuestraría al hijo de tremendo desamparado? Está claro que el pago del rescate no ha sido el móvil del crimen, pero algo turbio se esconde tras todo esto. La solución a este breve enigma nos la dará el abogado de uno de los hombres más ricos y pudientes de toda Ofidia, don Juan Garayoa del Bosque, al comunicar a la policía que fue a su cliente a quien reclamaron el dinero del rescate. Un hombre sin parentesco con el crío, sin ningún tipo de relación.

Corominas necesitará poner toda su atención en el caso, porque se presenta complicado. Sin embargo, el inspector no está pasando su mejor momento. Al final de la segunda entrega, justo en la última página, le comunicaron el fallecimiento de su padre. Un padre con el que durante años no tuvo más relación que el apellido común, pero que al saber de su inminente deceso habían conseguido estrechar de nuevo sus lazos. Para colmo de males, su hijo Álvaro no solo se ha ido de casa, sino que se ha convertido en un adulto de la noche a la mañana y Herodoto pierde el control de su relación con él. La gota que colmará el vaso de su vida será una terrible noticia que afecta a uno de sus mejores amigos. Suma y sigue y suma sin parar.

Si tuviera que destacar los puntos más remarcables de las novelas de la serie de Herodoto Corominas creo que me quedaría con cuatro. En primer lugar, la denuncia social que siempre aparece como telón de fondo. Desahucios, demoliciones por desidia, corrupción política, inmigración, pobreza, codicia. Aunque el autor nunca utilice estos temas como hilo conductor siempre aparecen entre capítulo y capítulo de sus novelas.

En segundo lugar, un desfile de escritores de género negro por sus páginas. Tendremos Ravelos, Meleros, Cervantes, Pedregosas, Érices, Gómez Escribanos, Chocarros… y hasta un capítulo homenaje a uno de los grandes del género de este país: Julián Ibáñez. Por supuesto, nunca como tales, sino dando nombre a cada uno de los personajes de la novela. El juego reside en tratar de saber si tan solo adoptan su nombre o también podemos ver alguno de los rasgos de su personalidad.

En tercer lugar, un homenaje constante a las raíces de Bassas, a la novela negra mediterránea, con la aparición de elementos gastronómicos que despiertan el apetito en más de una ocasión. Y es que eso de juntarse a comer o a debatir diversos temas en torno a un plato de comida es uno de los recursos más utilizados de nuestra sociedad. ¿O si no para qué pensáis que se hacen tantos festivales de novela negra?

Como colofón, la exquisita prosa del novelista y su uso del lenguaje. Las palabras están medidas, el vocabulario es delicioso y el ritmo de las frases marca el ritmo de la lectura como si estuviésemos ante un poema. Sus descripciones no solo son certeras, sino preciosistas y breves. Con tan solo un par de párrafos obtienes una imagen mental de los escenarios hasta tal punto que podrías llegar a dibujarlos.

Aunque parezca que la novela versa sobre crímenes, los demonios de Corominas serán los verdaderos protagonistas de Mal trago. Si en sus anteriores novelas Bassas nos había dejado observar por una mirilla la vida de Corominas, en esta ocasión entramos directamente hasta la cocina. Quizá es el punto de genialidad que le faltaban a las anteriores: la implicación completa del lector con los personajes.

No nos engañemos, las historias negro-criminales nos gustan, pero lo que de verdad hace que nos enamoremos son sus personajes. Sus miserias, sus temores, sus demonios y cómo tratan de acallarlos. Estos son los rasgos que les hacen tan palpables, tan creíbles, y que logran que se te instale un nudo en la garganta durante páginas y a los más sensiblones que nos arranquen más de una lágrima.

Para aquellos que ya nos habíamos enamorado de Corominas esta es nuestra novela. Bassas por fin se ha quitado los grilletes y ha dejado de ser un guionista que escribía novelas para convertirse en un escritor que escribe guiones. Y para todos aquellos que no conozcan aún al personaje, es una novela perfecta para iniciarse. Aunque arrastra conflictos del pasado todos ellos están explicados en esta y es autoconclusiva. Así que no tenéis excusa: que a nadie se le escape este Mal trago porque va a ser una de las novelas de este 2016.

 

Mal trago
Carlos Bassas del Rey
Alrevés
 

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3 comentarios en “Reseña: «Mal trago», de Carlos Bassas

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