Los numerosos amantes de la ortodoxia en la novela policíaca están de enhorabuena con La maniobra de la tortuga porque esta obra cumple religiosamente el canon exigible a este tipo de narraciones. Los no pocos partidarios de la heterodoxia en el género negro también pueden felicitarse porque en esta novela de Benito Olmo (Cádiz, 1980) no sólo encontrarán la brillante resolución de un crimen. La sabiduría literaria y el oficio del autor –tan joven él– añade subtramas de gran calado y contundencia como resultan ser la corrupción policial, la vida cotidiana de los inmigrantes sudamericanos en España (con perdón), y –sobre todo– el amoroso encuentro entre dos seres desvalidos y apaleados por la vida, un cruce vital que hará aflorar la emoción de todo lector con un mínimo de sensibilidad.
Manuel Bianquetti era un prometedor inspector madrileño de policía que, por un inoportuno homicidio cometido durante el desarrollo de su actividad profesional, ha sido enviado a una comisaría de Cádiz donde pasa ahora sus jornadas laborales en la sección de Archivos. El hallazgo en un contenedor del cadáver de una adolescente colombiana machacada por algún depredador sexual activa su nunca dormido olfato de sabueso y, sin que nadie se lo pida, se pone a investigar. Pronto llega a la conclusión de que Fredy, el principal sospechoso del asesinato, que no es otro que el novio de la chica, es inocente. El comisario Tejada, muy lejos de aprobar los evidentes avances en las pesquisas de su subordinado, le ordena retirarse inmediatamente del caso. Manuel, por supuesto, no se doblega y sigue desenrollando el complicado lío ante los atónitos y expectantes ojos del lector, quien, sin poder soltar este libro de sus manos, asiste sorprendido al sorprendente y emocionante desenlace. A completar y armar de irreprochable manera el argumento de La maniobra de la tortuga colabora no poco la historia de la auxiliar de enfermería –Cristina–, una mujer de 37 años originaria de un pueblo granadino, que ha llegado a Cádiz huyendo de su marido Eugenio, un violento maltratador que cumple condena en la cárcel.
Manuel Bianquetti, dos metros de altura, el rostro patibulario de quien sufre una persistente tortura interior, fumador compulsivo, conductor de un desvencijado y oloriento Kadett, puede convertirse en una peligrosa fiera, pero, en realidad, tiene un corazón de oro. Protagonista principal de esta novela que no se corta a la hora de denunciar los abusos de poder de los millonarios miembros de una familia de pervertidos sexuales, Manuel desenmascarará muchas fachadas impolutas, que incluyen a respetabilísimos funcionarios del Cuerpo de Policía.
Por las venas de la auxiliar de enfermería Cristina corre a chorros la más pura desolación. Con la permanente angustia de ser localizada por su marido, cada llamada a su móvil le pone el corazón en la boca. Atendida a distancia por la terapeuta Pilar (que le da apoyo de manera un tanto fría e impersonal) y metiendo las horas extras que puede en el hospital de Puerto Real (es la primera en aceptar sustituciones), todo ello, sin embargo, resulta insuficiente para paliar su agobiante soledad y no esperar nada de nadie. Es Cristina una mujer cuyo desvalimiento existencial queda magistralmente revelado por el autor, dotándolo de una categoría que lo hace trascender de lo que se podría esperar de un simple secundario.
Contraponiendo el mundo rico y poderoso de la familia Murillo, residente en la exclusiva urbanización «Vista Hermosa» (con esos coches último modelo, sus «abogados» y sus valiosos contactos), con aquello que podemos encontrar en barrios gaditanos como Río san Pedro, donde habitan inmigrantes como los padres de la colombiana asesinada –Clara Vidal–, Olmo no desaprovecha este eficaz contraste para dar a su novela ese barniz social que sienta como un guante de terciopelo al género negro.
Otros ambientes quedan asimismo felizmente registrados por el afinado radar del autor. Así la comisaría, con sus dependencias y sus moradores en permanente bronca ofreciendo contundentes apariciones (el archivero Morgado o el inspector Roberto Silva) a las que añadimos la entrada en juego del carroñero periodista que compone Roque. No quedan fuera del certero trazo el hospital donde trabaja Cristina (inolvidable su noche de sábado echando una mano en Urgencias), o los inhóspitos domicilios de Manuel y Cristina, y, –no podemos dejarla fuera–, la bellísima ciudad de Cádiz con su colorido casi habanero enmarcando los exteriores en importantes pasajes. La persecución entre el Kadett del inspector Bianquetti y un BMW todoterreno, llena de trepidación y brillantemente sostenida, tiene lugar en el puerto de la ciudad y es el preámbulo de un final en el que, con ayuda del Magnum 357 de Manuel y de su afinada puntería, acaban por caer todas las caretas de los culpables, convirtiendo a este singular libro en inolvidable e indispensable.
La maniobra de la tortuga
Benito Olmo
Suma de Letras