Novela: «Una pizca de locura», de Ruth Rendell

locuraNoemí Pastor

No sé por qué no leo más a menuto relatos breves. Quizá porque me dan una especie de pereza, pero eso es siempre antes de empezar, pues, una vez atacados los textos, me dejo atrapar y los disfruto.

Eso me ha sucedido con esta compilación de relatos: que me ha atrapado y, además, me ha maravillado.

Siempre he sido muy fan de Ruth Rendell. Siempre me ha dolido que muchas de sus obras no estén traducidas al español, así que recibí con gran entusiasmo este volumen de relatos aparecido en inglés en 2017, dos años después de su fallecimiento, y publicado tres después, en 2020, en español, por Menoscuarto, en una edición muy cuidada, con una traducción sin tacha y una chispeante introducción de la crítica literaria y novelista Sophie Hannah.

Yo ya sabía que Rendell era una maestra de la novela y “Una pizca de locura” me ha corroborado que también lo es del relato breve.

Algunos de los asuntos de estos cuentos son habituales de sus novelas: aquí nos aparece de nuevo el ego humano, víctimas igual de malvadas que sus asesinos (no se libra nadie; Rendell nunca tiene piedad) e incluso la imaginaria población de Kingsmarkham, donde tienen lugar las peripecias del inspector Wexford, y el pub Olive and Dove, donde tantas tardes y noches se reúne con sus compañeros de comisaría.

Pero no todo está ya visto; también hay novedades. En estos relatos Rendell explora territorios literarios que con la novela no ha pisado jamás; ni ha intentado ni se ha acercado siquiera. En estos relatos se atreve con otros registros, se adentra en el género fantástico y de misterio, en lo fantasmagórico también, y nos traslada, sobre todo, a espacios inquietantes, como una rectoría semiabandonada en un medio rural o un lóbrego jardín urbano, que adquieren la consistencia de un espectro manipulador.

Intenta incluso Rendell algo aproximado a la ciencia-ficción. Y lo hace de manera genial, tan genial que continuamente nos obliga a acordarnos de grandes cuentistas como Patricia Highsmith, Julio Cortázar y su noche boca arriba u Horacio Quiroga y su almohadón de plumas.

En un tono muy británico, protagonizan los relatos parejas convencionales adineradas. En muchos de ellos son los hombres los que narran en primera persona. Se trata de hombres poderosos; la vida hasta ahora los ha tratado bien, se han sabido encaramar a su tiempo, han asentado su forma de vida con su ideología reaccionaria y su puntito (o puntazo) de misoginia, y, de repente, sin verlo venir, se encuentran envueltos en una peripecia criminal, muy a menudo rídícula, estrafalaria, chusca, que les pone la vida, la estabilidad, el prestigio social y casi todo lo bueno que creían tener del revés; juegan al borde de lo prohibido, mantienen conductas erráticas, beben mucho y suelen acabar fastidiándolo todo.

El más extenso de los cuentos de este volumen, y el mejor a mi criterio, es el titulado “La ladrona”. Está narrado en tercera persona y lo protagoniza, como se deduce del título, una mujer. Como en otros relatos, también en este aparece el consumo excesivo de alcohol y una conducta que se acerca peligrosamente a la psicosis. A veces son conductas tolerables: ¿quién no guarda cierto resentimiento contra el mundo?, ¿quién no desearía una buena venganza contra la humanidad entera?, ¿quién no suelta de vez en cuando una mentirijilla para salir del paso?, ¿quién no se ha propasado alguna vez y ha mentido incluso cuando no era necesario? Y he aquí la especialidad de Rendell: esa gente (en la que a veces nos reconocemos) que pasa por normal, que se esfuerza por parecerlo, por encajar en su ambiente burgués atravesado de convencionalismos, y oculta comportamientos aberrantes que nacen siempre de un agravio y un posterior rechazo hacia el prójimo.

Rendell trata a sus personajes con ironía, como si no se los tomara en serio, con un humor muy británico, y los hace saltar a un lado y a otro de esa tenue línea que separa la cordura de lo que no lo es, entre terrores primitivos que reconocen como irracionales, pero que no pueden evitar.

Y cuando te crees que esas obsesiones, esos miedos un tanto ridículos de los personajes, son producto de su mente perturbada, ¡plas! Rendell te arrea un bofetón con la mano abierta y te deja temblando. Porque lo que temían, aquello que los horrorizaba, ocurrió de verdad. Estaban obsesionados con un virus desconocido que se extendería por todo el planeta y acabaría con millones de seres humanos. Y sucedió.

Una pizca de locura

Ruth Rendell
Trad.: Susana Carral
Menoscuarto Ediciones
 

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