Novela: «Alacrán», de Salva Alemany

Teresa Suárez

Mientras escribo esta crónica, suena de fondo Tom Waits. Conocía algunas de sus canciones versionadas por Rod Stewart pero a él nunca lo había escuchado. Me ha sorprendido. Canta como si tuviera en la garganta un puñado de arena del desierto de Chihuahua, ese en cuyas postrimerías se sitúa Albuquerque, la ciudad más grande del estado de Nuevo México (“Aunque no es una ciudad fronteriza como El Paso, está lo bastante cerca de México como para ser considerada mestiza”). Allí vive Santos, nuestro protagonista, con Lupe, su mujer (“Si dependiera de él, viviría en otro sitio, pero a Lupe le gusta estar cerca de México y a él le gusta Lupe. Fin de la discusión”).

Siempre he adorado las voces roncas y aguardentosas (Joe Cocker, Janis Joplin, Johnny Cash, Chavela Vargas, Carlos Tarque, Leonard Cohen…). Voces que, más allá de las letras de las canciones que interpretan, hablan por sí mismas de insomnio, noches de farra, penas al marrasquino, amargura y soledad congénita.

Gracias a su gusto musical impecable, Santos (mecánico de motos por oficio y matón a sueldo de Don Dimas, capo del cártel de Juárez, por beneficio) me cae requetebién desde las primeras páginas de Alacrán. ¡Un punto para el señor Alemany!

Conseguir que un asesino frío y despiadado (“Se sitúa a menos de un paso por detrás de la silla. Lucio, como si presintiera su presencia, hace ademán de girarse. Pero ya es demasiado tarde. El cuchillo le secciona la tráquea con un movimiento rápido y limpio. Antes de que su víctima tenga tiempo de saber lo que está pasando, su garganta es un manantial que tiñe de roja la mesa. Cae de lado con un espasmo, sujetándose la garganta. Santos se aparta y espera a que el cuerpo se quede quieto”) parezca un buen tipo no es tarea fácil. Lograr que el lector empatice con él cuesta. Dotar a esa historia, plagada de brutalidad, de un halo de romanticismo y ternura es de nota.

Me gustan las novelas que hacen corto el café del sábado por la mañana, mi momento favorito para entregarme al placer de la lectura. ¿En una sola taza diez capítulos? El adjetivo “adictiva” se queda corto.

Y de pronto, en el once, la terrible historia contada por Don Dimas, esa que sucedió al sur de Colombia, “en un pequeño pueblito llamado el Sembrado, a tres horas al sur de Cartagena”, me agarró con fuerza por la cintura y me transportó, casi en volandas a Macondo. ¡Nunca deja de asombrarme el poder evocador de algunas novelas!

Me gustan los autores capaces de convertir el salón de tu casa en una selva donde el calor sofocante casi te impide respirar, los mosquitos silban en tus oídos, los aullidos de los monos te ensordecen y la posibilidad de todo un catalogo de serpientes venenosa bajo los pies te hace estremecer de miedo.

Alacrán es tan visual que apela directamente a mi cultura seriéfila y cinematográfica en la que predominan, desde siempre, criminales sin escrúpulos, policías buenos y malos y los asesinatos más salvajes. Puedo decir, y digo, que en ese mundo que se nutre de lo mejor que ha dado el género (Breaking Bad, Narcos, No es país para viejos, Comanchería) el Alacrán de este jodido “gringo valencià” no desentona.

Leyendo a Salva Alemany me he visto transportada a un mundo de hombres, asfixiante y violento, en el que me sentido a ratos febril, a ratos agresiva y casi siempre asustada (“son tan frecuentes los hallazgos de fosas en mitad del desierto, que tiene la impresión de que podría desaparecer en medios de esa nada arenosa y nadie jamás volvería a saber de él”).

Cuando en tu infancia te ha faltado el apoyo de la madre y te ha sobrado el exceso de atención de un padre bestial y alcohólico, tus sentimientos hacia tu mujer y tu hijo son contradictorios: ellos son tu fuerza (“Santos tiene miedo del amor que siente por Roy y por Lupe”) y tu principal debilidad (“Es muy jodido eso de tener un hijo, amigo. Intentas que no sufra, pero sabes que no podrás protegerlos siempre. A veces es como caminar con una piedra sobre los hombros que no te puedes quitar nunca”).

Para Santos, en esta historia de crueldad y muerte, el primero, el último, el único deber que tiene con su familia es garantizar su protección, algo que a él siempre le faltó. Protegerlos de todo y de todos, protegerlos con lo que sea, protegerlos como sea, pero protegerlos.

Por eso el final impacta. Mucho.

Durante la lectura de esta novela he padecido salivación, lagrimeo, dificultad respiratoria taquicardias y, en ocasiones, un dolor agudo en el pecho, síntomas evidentes de que el Alacrán de Salva Alemany me ha picado con fuerza en el corazón.

Si no se me pasan pronto los efectos tendré que plantearme seriamente acudir a mi Centro de Salud. Cuando lo haga, pienso recomendarle esta novela a mi médico de cabecera esperando que su dureza lo estomague. Así le devolveré el mal rato que me hace pasar cada vez que, finalizada la consulta, se despide con ese “que tengas suerte” que me hace echar por la boca sapos y culebras.

Sin que me oiga claro.

Alacrán
Salva Alemany
Editorial Amarante

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3 comentarios en “Novela: «Alacrán», de Salva Alemany

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